http://creandoutopias.net/2015/06/08/la-asociacion-natural/
La naturaleza es una inspiración continua. Tanto es así que uno se siente pequeño y ridículo ante su majestuosidad. No me atrevo a escribir tanto como antes. ¿Qué se puede decir ante la esbelta estampa de un roble o el sublime canto de un pajarillo? El sol se pone frente a nosotros todas las tardes y nos deja anestesiados por su belleza. Los colores, los sonidos naturales, los olores. Todo es un abanico de pureza que colma nuestras almas. ¿Para qué entonces escribir? ¿Sobre qué?
Recuerdo que cuando vivía en la ciudad sólo pensaba en la utopía. En como sería, en como imaginarla. Crear la utopía en la mente era un bálsamo necesario para comprender que aquella jaula oscura, aquella promiscua manía de vivir enjaulados como si fuéramos una colmena de grillos era algo antinatural. Ahora que mi parquet se ha convertido en la hierba y mi calefacción central es el motor de los ciclos no puedo más que arrodillarme ante la evidencia de que el ser humano nunca debió abandonar a su verdadera madre. ¿Qué fue aquello que nos impulsó a abandonar la estepa y el bosque para llenar nuestros cuerpos de inútil hollín? ¿Qué fue aquello que nos hizo malvivir en una esclavitud orquestada por la necesidad material? Las ciudades crecieron alrededor de las fábricas. Las fábricas produjeron cierto bienestar. El bienestar se tradujo en consumo y el consumo en una forma de vida. Pero todo eso nos llevó a vidas vacías, sin sentido.
En un año hemos reducido el consumo a la mínima expresión. Básicamente podemos decir que vivimos anclados a la necesidad vital de conseguir alimentos. Sin embargo, al vaciar nuestras vidas de cosas, nos hemos llenado de vida. El placer de ir a la huerta labrada con nuestras manos para comer una fresa no tiene precio. Ratones de ciudad, estamos aprendiendo las artes del cultivo, la gracia de conservar la tierra respetuosamente, sin añadir nada más de lo que ella misma produce. Hay una cocreación hermosa, una especie de armonía simbiótica entre lo de fuera y lo de dentro. Una asociación natural entre la brisa que recorre los campos y nuestra sonrisa agradecida y expectante.
La vida en el campo es agradecida si sabes adaptar tus necesidades a la generosidad de sus ciclos. Uno se vuelve generoso y atento a todo cuanto ocurre. No tiene más remedio que labrar la paciencia y entender que a veces todo el esfuerzo puede resultar en vano. Los vínculos que nacen en este orden armónico resultan placenteros, llenos de plenitud exultante.
Cuando las tardes son generosas y el sol brilla radiante y la temperatura está calmada damos algún paseo por la sierra del Édramo o por el valle del Mao. Son lugares desde los que puedes sentir la elegancia de las alturas, la radiante mirada sobre todo lo que se queda bajo tus pies para luego bajar por entre los bosquecillos de castaños y robles y llegar hasta el valle, atravesando riachuelos que corren cargados de agua. Los elementos se conjugan, se asocian, se adaptan unos a otros y crecen juntos, en armonía. Del desgaste de las rocas surge la tierra que alimenta a plantas y árboles. De ellos se benefician los herbívoros y de estos aquellos que por capricho natural ordenan el exceso de rumiantes. Todo se regula de forma equilibrada. Cuando algo falta o algo falla, todo el ciclo natural se resiente. Y nosotros respetamos todo ese frágil equilibrio, intentando no dejar una huella ingrata o que rompa en exceso la débil asociación.