Hace unos días alguien se quedó a dormir en una de las caravanas. Miró con atención la austeridad del lugar. La falta de casi todo. Realmente en su imagen el estar aquí no es precisamente un acto valiente, sino más bien, quizás, algo estúpido. “¿Pero qué hacéis realmente aquí en estas condiciones?”
La respuesta a esa pregunta llegó esta mañana en uno de los círculos de consciencia que tuvimos. Estamos aquí fortaleciendo el alma, fortaleciendo nuestras vidas ante la adversidad, demostrando que el coraje y la valentía pueden ser útiles en el futuro ante circunstancias difíciles. De alguna forma, estamos curtiendo nuestro espíritu para que cuando tengamos que enfrentarnos al dolor de la pérdida, de la enfermedad o de la muerte estemos preparados. Estamos aquí para aprender a sonreír ante cualquier circunstancia que se presente. Estamos aquí para compartir esa visión, esa fortaleza que se teje en nuestro interior.
Más allá de esas simples respuestas materiales existen además alguna que otra respuesta más difícil de contestar. Cuando nos despertamos y vemos ese inmaculado manto blanco de nieve que lo cubre todo no estamos viendo cosas, vemos la luz que hay detrás de las cosas. Desarrollamos, en este medio natural, esa sensibilidad especial para ver más allá de la apariencia. De alguna forma, la luz que recorre todo el ciclo vital se manifiesta ante nosotros, percibiendo, en un acto de clamoroso y sincero amor, la unidad de todo. La belleza, la armonía, el arte de la naturaleza se expresa radiante.
Cuando nos levantamos y el termómetro marca menos cinco grados y tanteamos con el latido de nuestro corazón el paraje que nos rodea, realmente estamos poniendo a prueba el despertar de esas células adormecidas que, al renacer a la vida natural y salvaje, nos muestran una visión profunda de ese baile, de ese concierto molecular que todo lo recorre. Los átomos, los haces de luz que van y vienen, las energías que subyacen en todo cuanto existe, se muestran en un complejo vestuario de magia y color. Y más allá, en el temple de toda esa maravillosa visión, se expande nuestra conciencia hasta fusionarse con la Consciencia Una. Y ahí hallamos la respuesta de todas las cosas. La paz fraterna, el hilo conductor de la vida. El sentido de todo. La verdadera respuesta a tantos interrogantes.
Cuando vienes aquí y sólo ves caravanas está bien. Hace frío, no hay agua corriente ni luz. Pero cuando apuestas un trozo de tiempo para pasar aquí algunos días más, cuando intuyes que algo mágico puede suceder ante toda esta adversidad y apuestas por permanecer atento a la magia del lugar superando el frío y las circunstancias, entonces puede ocurrir el milagro, esa experiencia cumbre de poder ver más allá de los arquetipos y esplendores.
Una historia de amor se teje en toda esta adversidad. Un profundo poema se realza en el arte ancestral de la visión. ¿Cómo poder explicar todas estas cosas ante la incredulidad del visitante? No son las caravanas, ni el frío ni la falta de comodidades lo que hace que estemos aquí. Es lo que hay detrás de todo eso. Aquello que se despierta con la visión atenta, con la quietud reservada para la prueba que es hollada más allá de la puerta estrecha. Es la Unidad que brama su respirar insondable.
Somos luz, todos somos luz, las cosas son luz. Entre esa visión de unidad se tejen puentes que nos unen los unos a los otros en el mundo de la forma. ¿Alguien sería capaz de describir esos puentes, y más aún, alguien sería capaz de ver los propósitos de los mismos? ¿Y qué ocurre cuando entregamos esos pequeños propósitos al gran Propósito? A veces resulta extraño practicar esos caminos, darnos cuenta de que todo lo que hasta este momento hemos hecho en nuestras vidas, todo lo que somos y hemos conseguido es tan sólo para eso: para bucear en la Unidad y entregarlo todo en el ara del compartir. Aquí entendemos de esas cosas. Sí, es cierto, ahí fuera hace frío, pero aquí dentro arden los corazones.