Escoliña De Vilar

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Financié le 20 / 06 / 2016
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El niño aquel...

12 | 04 | 2016

Hoy recuerdas a aquel niño. Hoy, sin saber por qué, recuerdas a aquel niño. Con su mirada limpia y sin doblez. Con su blanca evidencia. Él era lo que era, no lo que iba a ser luego,  ni lo que nadie soñaba que sería. Como la flor, que es una flor sencillamente, y la estrella, una estrella. Como el perro, que es un perro, y levanta sus ojos confiados, sin fingir devociones, sin tratar de esconder sus sentimientos. Antes de que lo castigan por decir la verdad. Antes de que le señalaran un camino sesgado en busca de la máscara tras la que había de ocultarse para no ser más nunca el niño que era, la placidez sin mancha que era. Antes de que aprendiese a disimular su inocencia, porque resultaba molesta y casi insoportable….

Hoy recuerdas a aquel niño remoto que comenzó día a día a ocultarse su verdad a sí mismo y a no saber quién era; a tener que defenderse con argucias, y a sonreír como quien emplea un suplemento de encanto que lo haga verosímil, ya que no verdadero.
Recuerdas a aquel niño al que casi arrastraron a un fin que él no anhelaba: ser alguien. Lo que él quería -o quizá ni siquiera lo quería- era ser él, quien era, no otro diferente, no otro importante o famoso o feliz.

(A la felicidad no se aspira, se la recibe sólo o se la tiene: en otro caso será una felicidad ajena, hecha a otras medidas a las que uno debe de adaptarse, como el niño que hereda una bicicleta o un traje de un hermano mayor.)

Aquel niño tenía que crecer de acuerdo con su propia semilla, sin desmesurarla: su semilla pacífica y lenta, orientada a dar su propio fruto. No llamando la atención, no destacando, sino yendo despacio de la mano de su naturaleza…

¿Qué hicieron de aquel niño, amordazad, agigantado, glorificado por las manos ajenas?

¿Cómo puedes recordar a aquel niño ya desaparecido, que alguien, quizá con buena voluntad, sacrificó al transformarlo en una criatura tan distinta?

¿Cómo puedes recordarlo hoy tú, si en ti ni un solo día, ni un solo pensamiento, ni una sola acción, ni una sola palabra se ven libres de aquel primer falso deseo de ser alguien?

¿Quiere ser el perro otra cosa que perro, y el jazmín otra cosa que jazmín?
Hoy recuerdas a aquel niño, ante el que pusieron, para que los imitara, muy ilustres ejemplos. Cuanto más se aproximaba a sus modelos, más se les aplaudía; cuanto menos se desarrollaba en su interior con la autenticidad (buena o mala, brillante u oscura) que lo definía, más lo recompensaban…

Pero, por muy altos que sean los modelos, acercarse a ellos dejando su camino es la prostitución, es ponerse a la venta, darse al mejor postor. El niño tuvo miedo de ser él mismo, porque no encajaba entre su alrededor, porque era preferible pisar sobre las huellas respetables, porque sus singularidad no era conveniente, porque era más sensato asimilarse a la hora de los que, antes que él, habían dejado de ser lo que eran…. Y hubo de esconder su manantial de agua cristalina (amarga acaso para los demás, pero la suya) y temió ser rechazado y ridiculizado, y fue incluyendo en los cuartos de atrás sus afectos, sus reacciones, sus valores, hasta que él mismo se olvidó de cómo eran y dónde los guardara…

Para ser aceptado, el niño del que te acuerdas hoy tuvo que travestirse, que exiliarse y sacar a la calle un niño nuevo lleno de precauciones, de disimulos, de controles amargos, hecho ya a despreciarse.
Sin embargo, hoy recuerdas a aquel niño con el que nada tienes que ver, al que con la ayuda de los experimentados adultos abortaste; del que nunca se sabrá qué habría sido ni dónde habría llegado… Porque no existe.

Aquel niño al que amaestraron, como un animalito, para que compitiese con los otros en una rivalidad no deseada, y fuese entre ellos el mejor. Al que comparaban con otros niños también falsificados y lo espoleaban a superarlos mirando siempre alante, sin preocuparse de los que quedaban atrás, vencidos y quizá más dichosos.

Aquel niño, al que entre todos violaron; al que entre todos forzaron no a vivir, que era para lo que él nació, sino a buscar y codiciar la admiración y los elogios, lo mismo que un caballo que se educa sólo para ganar en un hipódromo. Lo mismo que un animal salvaje al que se domestica para que ejecute gracias en la jaula de un circo, y al que luego se obsequia con un trozo de carne no cazado por él de un jubiloso salto ni de un vital zarpazo.
Hoy recuerdas a aquel niño ya difunto. Enterrado por conspicuos adultos, por benignos y bienpensantes familiares. Asesinado por quienes más lo amaban, por quienes él amaba más que a nadie en el mundo. Aquel niño no nació para que estuvieran orgullosos de él, ni lo incensaran y lo lisonjeraran. Nació para preguntarse cuál sería la manera de ser escandalosamente feliz, con una felicidad no impuesta desde fuera ni desde arriba, con una felicidad pequeña y manejable….

Pero no tuvo ocasión de contestarse porque no le permitieron hacerse la pregunta.

Antonio Gala (Junio 1996)

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